27 de diciembre de 1978: La solemne promulgación de la Constitución

Dic 27, 2018 | CONSTITUCIÓN 40, EL CAMINO CONSTITUCIONAL

Llegamos a las últimas estaciones del camino constitucional. Los ciudadanos ya han hablado, con su “sí” a la Constitución en el referéndum del 6 de diciembre sobre el texto elaborado y aprobado por el Congreso de los Diputados y el Senado. La ley de leyes está aprobada y ratificada por el pueblo, pero aún queda el acto de “perfeccionamiento”. La sanción real y promulgación, requisito previo a su publicación y entrada en vigor.

Es el 27 de diciembre cuando Su Majestad el Rey, Don Juan Carlos I, sanciona la Constitución. Una sanción que en este caso se solemniza con una sesión conjunta del Congreso de los Diputado y el Senado, en un Palacio engalanado con el baldaquino sobre la escalinata de la Puerta de los Leones, desde la que los Reyes y las autoridades y parlamentarios asisten a la parada militar con la que se ponía fin a un acto que, en palabras del presidente de las Cortes, no fue solo protocolario.

El diario de sesiones relata cómo “a las once y treinta y cinco minutos de la mañana, aparecen los maceros en el salón de sesiones, anunciando la llegada de Sus Majestades los Reyes, Don Juan Carlos y Doña Sofía, con el Príncipe de Asturias, Don Felipe, quienes hacen su entrada en el hemiciclo en medio de una clamorosa ovación por parte de los Diputados y Senadores, así como de las personalidades y público invitado que ocupan las tribunas, todos puestos en pie. Acompañan a Sus Majestades el Presidente de las Cortes, don Antonio Hernández Gil; el del Congreso de los Diputados, don Fernando Alvarez de Miranda y Torres, y el del Senado, don Antonio Fontán Pérez.

Una vez que terminaron los aplausos de saludo, el Presidente de las Cortes invitó a Su Majestad el Rey a tomar asiento. A la izquierda del Rey se sentaron la Reina y el Príncipe de Asturias. Ocuparon también asiento en el estrado presidencial los Presidentes del Congreso y del Senado, así como los miembros de las Mesas de ambas Cámaras; el Letrado Mayor de las Cortes, señor De la Rica Montejo; los Secretarios Generales del Congreso de los Diputados y del Senado, señores Rubio Llorente y Pérez Serrano, respectivamente, y el Letrado más antiguo de las Cortes, señor Bayón Chacón.

El presidente de las Cortes resaltaba en su discurso que “vais a proceder, Majestad, a la firma de un importante documento político y legislativo. La crónica del acontecimiento irrumpe convertida ya en historia. El momento es emocionante y solemne desde sus preliminares. La emoción supera, incluso, a la solemnidad. El acto no es sólo protocolario. Tampoco estamos aquí obedeciendo a la tradición o a un uso. Nos reúne un deseo vivamente compartido. Su Majestad el Rey y las Cortes han querido que la Constitución, elaborada toda ella en el Parlamento, obtenga en él, en este hemiciclo, la sanción que la erige en norma de conducta. Hay una recíproca voluntad de encuentro.

La Monarquía, que no dudó en promover el tránsito del pueblo hacia la democracia, recibe de ella esta proclamación legitimadora; y, correlativamente, la democracia, en cuanto ha dado lugar a un Estado de Derecho, recibe, a través de él, la configuración política de la Monarquía parlamentaria”.

“No ha sido breve el período constituyente. Es impasible que lo fuera, tal y como se ha desenvuelvo. El tiempo no se ha perdido. Su discurso se nutre de largas jornadas de trabajo en el estudio, el diálogo y el debate. Ha habido meditación y preocupaciones profundas. También, a veces, vacilaciones. Nunca ha faltado, sin embargo, el sentido de la responsabilidad en todos los miembros de las Cortes. Considerando en conjunto la tónica dominante en las tareas parlamentarias, así como en las consagradas a la Constitución, bien puede afirmarse que se ha procedido de una manera siempre digna y en muchos aspectos ejemplar. La Constitución, democrática por el contenido y por el espíritu que la inspira, lo es también en su génesis y en su entorno”.

«Si la Constitución hubiera de ser la imaginada por cada uno, no habría Constitución posible»

También tuvo palabras el presidente de las Cortes para el pueblo, que “ha ratificado la Constitución en términos indiscutibles desde el punto de vista de la legalidad y claramente favorables en el plano de la realidad política y en el de las estimaciones sociales y morales”. Remarcó que “la forma de pronunciarse España sobre su futuro no ha podido ser más rigurosa, completa y libre. Lo que somos y lo que Vamos a ser depende de nosotros mismos. Nadie puede apropiarse de nuestro destino ni hablar con fundamento vinculante desde fuera de la democracia. He aquí el gran problema resuelto. Si la Constitución hubiera de ser la imaginada por cada uno, no habría Constitución posible. Se ha logrado, sin duda, una Constitución auténtica y legítima”.

Finalizado el discurso del señor Presidente de las Cortes, se procedió a la firma del texto constitucional, encuadernado expresamente en un ejemplar único y especial del Boletín Oficial del Estado, con las páginas en color trigo y los cantos dorados. El Letrado Mayor de las Cortes, De la Rica Montejo, lo fue pasando a la firma, haciéndolo, en primer lugar, el Presidente del Senado, Antonio Fontán, a continuación, el Presidente del Congreso de los Diputados, Fernando Álvarez de Miranda y, después, el Presidente de las Cortes, el propio Hernández Gil.

Por último, Hernández Gil presentó el texto constitucional a Su Majestad el Rey, quien estampó en él su firma con una pluma de oro, la cual, junto con el ejemplar de la Constitución así firmado, quedará” como recuerdo histórico en el archivo de las Cortes”. La firma del Rey fue subrayada por aplausos respetuosos y prolongados de la gran mayoría de los Diputados y Senadores puestos en pie, como asimismo de las personalidades y público que ocupaban las tribunas, recoge el Diario de Sesiones.

Al sancionar la Constitución y mandar a todos que la cumplan, expreso ante el pueblo español, titular de la soberanía nacional, mi decidida voluntad de acatarla y servirla

Cuando cesaron los aplausos, Su Majestad el Rey Don Juan Carlos comenzó su discurso, en el que dejó constancia de que, “al sancionar la Constitución y mandar a todos que la cumplan, expreso ante el pueblo español, titular de la soberanía nacional, mi decidida voluntad de acatarla y servirla. Importante es el paso que acabamos de dar en la evolución política que entre todos estamos llevando a cabo. Importante es la aprobación de una ley básica como la que hoy he sancionado y que constituye el marco jurídico de nuestra vida en común; pero pensemos que la ruta que nos aguarda no será cómoda ni fácil, y que, al recoger el fruto de la etapa que se cierra, debemos abrigar también la ilusión de no desfallecer en nuestro empeño, el propósito de no ceder terreno al desánimo y la seguridad de mantener el pulso necesario para sortear escollos y dificultades”.

“Si hemos acertado en lo principal y lo decisivo, no debemos consentir que diferencias de matiz o inconvenientes momentáneos debiliten nuestra firme confianza en España y en la capacidad de los españoles para profundizar en los surcos de la libertad y recoger una abundante cosecha de justicia y de bienestar. Porque si los españoles sin excepción sabemos sacrificar lo que sea preciso de nuestras opiniones para armonizarlas con las de los otros; si acertamos a combinar el ejercicio de nuestros derechos con los derechos que a los demás corresponde ejercer; si postergamos nuestros egoísmos y personalismos a la consecución del bien común, conseguiremos desterrar para siempre las divergencias irreconciliables, el rencor, el odio y la violencia, y lograremos una España unida en sus deseos de paz y de armonía”.

El monarca concluía su discurso subrayando que, “íntimamente identificados con el pueblo, siempre cerca de él, en contacto directo con sus preocupaciones y urgencias, podremos garantizar para el futuro el orden social justo a que todos aspiramos. Al reiterar a todos mi agradecimiento y mi satisfacción, quiero terminar expresando el orgullo que siento por estar al frente de los españoles en estos tiempos decisivos en que nuestras miradas deben dirigirse al porvenir con fe, cm optimismo, con decisión y valentía, con la más ilusionada de las esperanzas. El día de mi proclamación tuve ocasión de decir que `el Rey es el primer español obligado a cumplir con su deben’. Por eso, repito ahora que todo mi tiempo y todas las acciones de mi voluntad estarán dirigidas a este honroso deber, que es el servicio de mi Patria”.

Los aplausos, las tribunas y las crónicas

El discurso del Rey fue “larga y clamorosamente aplaudido por la gran mayoría de los presentes, puestos en pie”, concluye el Diario de Sesiones. Los periodistas que siguieron desde la tribuna de prensa la sesión solemne, y cuya “preocupación estaba puesta, como sucede siempre en los días importantes, en la distribución de los aplausos”, remarcaba el cronista parlamentario Luis Carandell, concluyeron que “la estrella del día” fue don Antonio Hernández Gil, hasta entonces presidente de las Cortes.

En el diario ABC, Pedro J. Ramírez escribió que “fue un acto sencillamente perfecto. Incluso el tiempo contribuyó a darle realce y brillantez”. En su crónica de la sesión repasaba las autoridades que presenciaron este histórico momento. En la tribuna presidencial, a la izquierda de la reservada a la familia real, los presidentes del Tribunal Supremo, Ángel Escudero del Corral; del Tribunal de Cuentas, Servando Fernández Victorio, del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol, y de la Junta del Estado Mayor, teniente general Ignacio Alfaro. A su izquierda, en la del cuerpo diplomático, «todas las miradas de los curiosos se centraban en el embajador norteamericano, Terence Todman. Los especialistas escrutaban, en cambio, el rostro inescrutable de Yuri Dubinin, el hombre de Moscú. Presidiéndolos a todos, en el centro de la primera fila, su decano,el nuncio Dadaglio». «La tribuna de la nobleza», continuaba la crónica de Ramírez, «había sido, junto con la de la prensa, la primera en llenarse».

El diario La Vanguardia contaba en su crónica de la «histórica sesión» que además habían asistido representantes de los diversos organismos del país —milicia, confesiones religiosas, cuerpo diplomático, Reales Academias, Universidad, etc.—, así como diversos miembros de la Familia Real, entre los que se encontraban los padres del Rey y las infantas Elena y Cristina. Apuntaba también las grandes medidas de seguridad que desde primera hora de la mañana rodeaban eI edificio de la Carrera de San Jerónimo, que se encontraba cortada al tráfico, al igual que las demás calles adyacentes. «Fuertes contingentes de las fuerzas de seguridad se encontraban ya situados en la plaza de Neptuno y a lo largo de la Carrera de San Jerónimo era visible la presencia de una pareja d’e policías armadas en cada portal. También desde primeras horas de la mañana se hallaba en las Cortes el gobernador civil de Madrid, Juan José Rosón, para supervisar personalmente todas estas medidas de seguridad. El despliegue policial era llamativo y extraordinario pues, además de policías a caballo, tiradores con carabinas telescópicas se encontraban en lo alto de los edificios colindantes y en el propio palacio de las Cortes. Se pedía la documentación de toda aquella persona que Intentara circular por la Carrera de San Jerónimo, siendo registrado* bolsos, maletas, etc».

La solemne sesión de proclamación de la Constitución española cerraba así el circulo que se abría en una de similares características, la de apertura de una legislatura que nacía ya con designio de convertirse en Legislatura Constituyente, y que cumplía su objetivo con la sanción y promulgación de la Constitución que se publicaría en el Boletín Oficial del Estado y entraría en vigor el 29 de diciembre.

 

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