En democracia el pueblo participa en la toma de decisiones con su voto, instrumento democrático esencial. Pues bien, la historia de este sistema de gobierno es también la de los hombres y mujeres que luchan por ampliar el derecho al voto a todos los ciudadanos. Y en España, la aprobación del sufragio universal hace ahora noventa años, tiene una clara protagonista: Clara Campoamor.
El sufragio femenino es el colofón, pero también un punto de partida, en la lucha por la igualdad jurídica, política y social de las mujeres y que en España tiene nombres tan relevantes como Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal, Consuelo González Ramos, María Espinosa de los Monteros y la propia Clara Campoamor, una pionera en muchos sentidos que consiguió que la Constitución de 1931 incluyera los mismos derechos electorales para los hombres y las mujeres, sin distinción y sin matices.
Fue una mujer pionera y adelantada a su tiempo. Una afirmación sustentada en su propia biografía. Hija de una costurera y de un contable, nació en Madrid en 1888. Su niñez se vio truncada por la muerte prematura de su padre, lo que la obligó a abandonar sus estudios y a comenzar a trabajar para ayudar en el sustento de su familia.
Sin embargo, Campoamor no cejó en la búsqueda de una carrera profesional independiente. No superó las oposiciones a taquígrafos del Congreso, pero sí obtuvo una plaza en el cuerpo de auxiliares de telégrafos en 1909, lo que la llevó a vivir en Zaragoza y San Sebastián, desde donde regresó a Madrid en 1914 para enseñar taquigrafía y mecanografía en la Escuela de Adultas.
Una carrera profesional y política dedicada a los derechos de la mujer
Durante este tiempo desarrolló un especial interés por la situación de inferioridad jurídica de la mujer en un contexto social y político dominado por los hombres. Para luchar contra estas injusticias, decidió dar un paso más y retomar los estudios. A la edad de 32 y en solo cuatro años, entre 1920 y 1924 aprobó el bachiller y se licenció en Derecho, convirtiéndose en la segunda mujer en incorporarse al Colegio de Abogados de Madrid, tras Victoria Kent.
Paralelamente fue desarrollando una conciencia política sustentada en un republicanismo liberal, laico y democrático. Y con el advenimiento de la II República, en abril de 1931 vio la oportunidad de participar en primera persona en la construcción del nuevo régimen.
Fue el líder del Partido Radical, Alejandro Lerroux, quien le ofreció un puesto en la candidatura para las elecciones del 28 de junio de 1931 a Cortes Constituyentes. Unos comicios en los que las mujeres pudieron optar al escaño, pero no votar. Dos, Clara Campoamor, por el Partido Radical, y Victoria Kent, por el Partido Radical Socialista, obtuvieron representación en aquella Cámara a la que se le había encomendado diseñar el marco jurídico-político para España.
La huella de Campoamor en la Constitución de 1931
Campoamor fue también una mujer pionera en sus trabajos parlamentarios: Fue designada como una de los 21 diputados que formaron parte de la Comisión redactora de la Constitución, donde defendió con tesón, no solo el sufragio activo y pasivo de las mujeres, sino la plena igualdad jurídica entre ambos sexos y la regulación del divorcio o de la situación jurídica de los hijos ilegítimos… Y fue pionera también porque fue la primera mujer sufragista en todo el mundo que defendió desde la tribuna de un parlamento el derecho al voto de las mujeres.
Aunque el proyecto de Constitución incluía el derecho al voto de todas las mujeres mayores de 23 años, la tramitación parlamentaria no fue fácil. El momento crucial se produjo en el debate parlamentario del 1 de octubre de 1931 donde tuvo un enfrentamiento dialéctico con la otra mujer presente en el parlamento. Victoria Kent era defensora del derecho al voto, pero como otros diputados, veía la necesidad de postergarlo. Frente a ella, Campoamor mantuvo la necesidad de reconocer el derecho al voto sin restricciones y rebatió los argumentos que desde izquierda y derecha se oponían.
El coste político y personal de su lucha por la igualdad
Finalmente, la Constitución de 1931 reconoció el derecho al voto de las mujeres. Pero la defensa del voto femenino tuvo para Campoamor un coste personal y político. En las elecciones de 1933, las elecciones en las que las mujeres estrenaron su derecho al voto, la candidatura de Campoamor no obtuvo el respaldo suficiente y no consiguió escaño. Pero no abandonó la política, el Gobierno de Lerroux la nombró directora general de Beneficencia, cargó que abandonó la poco tiempo.
En 1936 intentó de nuevo regresar a la política de la mano de Izquierda Republicana, partido promovido por Azaña, pero su admisión fue denegada. Ese mismo año Campoamor publicó Mi pecado mortal. El voto femenino y yo, obra en la que defendió su lucha en favor de los derechos de la mujer, y también explicó su aislamiento político posterior.
Con el estallido de la Guerra Civil se exilió en Ginebra, donde escribió La revolución española vista por una republicana. Su exilio se prolongó en Buenos Aires y en Lausana, donde falleció en 1972 sin haber podido regresar a España. Sus restos descansan en San Sebastián.
90 años después de la aprobación del voto femenino, el espíritu de la obra de Campoamor impregna nuestra democracia: La Constitución de 1978 recoge sin ambages la plena igualdad en la participación política de hombres y mujeres. El número de diputadas en el Congreso ha ido creciendo en estas cuatro décadas y las mujeres están cada vez más presentes en todos los ámbitos de la sociedad. Y si bien durante años Campoamor fue una “mujer olvidada”, su obra y su figura han adquirido hoy el reconocimiento merecido.