El 26 de marzo del año 2000, en la ciudad estadounidense de Los Ángeles, Pedro Almodóvar, Penélope Cruz y Antonio Banderas se fundían en un largo abrazo rodeados de aplausos. Segundos antes, Penélope había lanzado un grito que se convertiría en historia para anunciar que Todo sobre mi madre (1999) se convertía en la tercera cinta española en ganar un Oscar. El efecto 2000 del cine español acaba de comenzar.
El premio a Todo sobre mi madre, un drama intimista en el que Almodóvar se sumerge en una historia de pérdida y búsqueda, supone la consagración internacional para el director manchego y la puerta de entrada a Hollywood para la actriz. La cina, que ya había triunfado meses antes en los Goya, consiguiendo los premio a mejor película, director y actriz principal para Cecilia Roth, entre otros, así como el reconocimiento Cannes o San Sebastián, marca un antes y un después en la carrera de Almodóvar.
Superada una primera etapa más experimental, sus nuevos trabajos ahondan en la psicología y en los dramas de personajes más complejos, en su mayoría mujeres, en los que el director va ofreciendo retazos de sus propios recuerdos. Esta elección por el punto de vista femenino será una constante en los siguientes trabajos de Almodóvar, en los que alcanza su mayor nivel cinematográfico.
Seis años después, las mujeres de Pedro Almodóvar vuelven a conquistar a crítica y público. Volver (2006) obtiene cinco premios Goya y el reconocimiento en Cannes al reparto formado por Carmen Maura, Blanca Portillo, Lola Dueñas, Chus Lampreave y Penélope Cruz. Por su papel de Raimunda, Penélope es nominada al Oscar a mejor actriz y deja para el recuerdo una inolvidable interpretación del tango de Gardel Volver. Esta es, también, la vuelta del tándem Almodóvar-Maura, una de sus actrices fetiche. Y el de la reconciliación del director con la Academia tras sus desencuentros en el pasado.
En los años que pasan entre Todos sobre mi madre y Volver, el realizador de Albacete ya se ha consagrado como uno de los directores más relevantes fuera de nuestras fronteras. El mejor ejemplo: Hable con ella (2002). La película protagonizada por Javier Cámara junto a Leonor Waitling, Dario Grandinetti y Rosario Flores, supone un cambio en la perspectiva de Almodóvar para centrarse, en este caso, en los personajes masculinos. Entre los más de treinta galardones internacionales, Hable con ella logró el Oscar a mejor guion original y la nominación de Almodóvar como mejor director.
En los Goya, la cinta de Almodóvar quedó a la sombra de Los lunes al sol (2002), de Fernando León de Aranoa, que, con cinco premios, logró también la nominación a los Oscar por España. El único premio que se llevó Hable con ella fue el de mejor música original para Alberto Iglesias. El compositor vasco es, a día de hoy, la persona con más Goya, con trece estatuillas. A sus colaboraciones con Almodóvar en películas como Volver, Todo sobre mi madre, Los abrazos rotos o La piel que habito, hay que sumar los reconocimientos recibos por trabajos en Vacas, Lucía y el sexo, Los amantes del círculo polar o También la lluvia.
En los primeros años del siglo XXI, colmados por Almodóvar, destaca también el joven Alejandro Amenábar, que a finales de la década pasada había dado muestras de su potencial, asentándose definitivamente como uno de los grandes directores nacionales y como el siguiente en conquistar Hollywood. En 2001 dirige a Nicole Kidman en Los otros, que se convierte casi al instante en un fenómeno tanto en España, donde bate récords de taquilla, como fuera. La película es nominada a quince Goya de los cuales ganaría ocho.
Y de la supreproducción hollywoodiense al drama nacional. Tres años más tarde, Amenábar lleva a la gran pantalla la historia de Ramón Sampedro y su lucha por la muerte digna. Interpretada magistralmente por Javier Bardem, Mar Adentro (2004) se convirtió en la película española con más premios Goya de la historia, catorce, de quince nominaciones. Amenábar se confirma como un realizador polifacético, hábil en diferentes géneros y con capacidad para transmitir mensajes potentes con obras a la vez estéticas. Tras su éxito con Los otros (2001), recoge el testigo de Almodóvar, y consigue ganar con Mar Adentro el, hasta ahora, último premio Oscar a una película española, siendo España, tras Francia e Italia, y junto a Japón, el país con más galardones de la academia de cine norteamericana.
Si Almodóvar y Amenábar se erigen en estos años como los referentes del cine español, en esta primera década de los 2000, dos directoras como Isabel Coixet e Icíar Bollaín reivindican el papel de la mujer en un ámbito casi exclusivamente masculino. Ambas habían estrenado películas con relativo éxito a finales de los noventa como Flores de otro mundo (1999) o Cosas que nunca te dije (1996). Pero será el año 2003 cuando ambas sorprendan al gran público con Te doy mis ojos y Mi vida sin mí.
La violencia de género es el tema principal de Te doy mis ojos (2003), en la que, desde el punto de vista de las mujeres, explora las razones de esa lacra y por qué no existe una denuncia más contundente tanto individual como social, poniendo el foco en la importancia del entorno. Las actuaciones principales de Luis Tosar y Laia Marull están a un nivel tan alto como Sarah Polley en Mi vida sin mí (2003), en la que Coixet se traslada a Vancuver para reflexionar sobre lo que de verdad importa a través de una joven que sabe que va a morir.
A Coixet y Bollaín, que en años posteriores estrenaran películas como La vida secreta de las palabras (2005) o Mataharis (2007), se unirá Gracia Querejeta, hija del productor Elías Querejeta que, con Héctor (2004) y Siete mesas de billar francés (2007) obtuvo reconocimientos por su faceta de directora y guionista.
El cambio de siglo era visto para muchos como una ruptura, como el salto de un tiempo antiguo a uno nuevo. Sin embargo, el paso de los años vino a confirmar que se trataba más de una transición progresiva que de un verdadero cambio de paradigma. En el cine español, como en casi todo, esa cómoda evolución también se observa en las carreras de directores que se habían hecho un nombre en las últimas décadas y que en esta siguen evolucionando. Es el caso de Álex de la Iglesia, que con La Comunidad (2000) alcanza el equilibrio perfecto entre la comedia más clásica y el humor más negro, y que en Los crímenes de Oxford (2008) arriesga con el cambio al thriller en una producción internacional en la que dirige a actores como Elijah Wood o John Hurt.
José Luis Cuerda también deja atrás la comedia surrealista de Amanece, que no es poco (1989) para adaptar a Manuel Rivas en La lengua de las mariposas (1999), en el que un espléndido Fernando Fernán Gómez da vida a un maestro de la República, y a Alberto Méndez en Los girasoles ciegos (2004), consiguiendo que ambas queden como uno de los mejores testimonios cinematográficos de la Guerra Civil española. Un lugar privilegiado al que habría que añadir las 13 rosas (2007) de Emilio Martínez Lázaro o los Soldados de Salamina (2003) de David Trueba.
La historia y las adaptaciones literarias ha sido uno de los temas prominentes en la historia reciente de nuestro cine, y no sólo sobre la Guerra. En el año 2006 coinciden la adaptación para la gran pantalla de las aventuras del capitán Alatriste (2006) de Pérez Reverte, a cargo de Agustín Díaz Yanes, con la recreación de la vida y muerte del anarquista Salvador Puig Antich, con el mismo nombre y dirigida por Manuel Huerga, y la oscarizada El laberinto del fauno (2006).
A la vez, directores jóvenes se atreven a traspasar fronteras y atreverse a ofrecer su particular visión a otros géneros. En el terror, Paco Plaza y Jaume Balagueró rompen moldes en 2007 con REC; Vigilando irrumpe un año después con sus Cronocrímenes (2008), a medio camino entre el thriller y la ciencia ficción; el mismo año en el que Fesser abandona la comedia para deslumbrar con la dramática historia de Camino (2008). El drama social está presente en las obras de Mañas, Rodríguez y Aranoa en El Bola (2000), 7 vírgenes (2005) y Princesas (2005), respectivamente, mientras que Cesc Gay reflexiona sobre las relaciones humanas en Krampack (2000), Ficción (2006) o En la ciudad (2003).
Esa visión personal y autoral es la que buscan, como en toda su carrera, gente como Julio Medem o José Luis Guerín, a los que ahora se le suman nuevos directores con ganas de ir más allá de lo convencional. El director de Vacas inaugura el nuevo siglo con Lucía y el sexo (2001), con Paz Vega como protagonista, mientras que el cineasta catalán estrena ese mismo año En construcción, con amplio reconocimiento internacional. En 2007, Jaime Rosales se alza con el Goya a mejor director y película por La soledad, confirmando las buenas críticas que ya había recibido por Las horas del día (2003).
Si la década de los 2000 comenzaba en una gala de los Oscar con Almodóvar, Penélope y Antonio Banderas, casi a finales de la misma, Javier Bardem subía al escenario frotándose las manos para recoger su premio a mejor actor de reparto por No es país para viejos (2007), bajo la dirección de los hermanos Coen. El primer actor español en obtener tal reconocimiento, cambió al español durante su discurso de agradecimiento para dedicárselo a su madre, Pilar Bardem, a España y a la dignidad y el orgullo que los cómicos han llevado al oficio cinematográfico. Con este premio, el cuarto reconocimiento en menos de diez años, se cierra una etapa gloriosa para el cine español.