Mariano José de Larra y Sánchez de Castro (Madrid, 1809-1837) fue un escritor español, cuyos textos le convirtieron en uno de los máximos referentes de la etapa romántica española. Sus escritos combinan la crítica con la sátira de todo en cuanto sucedía tanto en la política como en la sociedad.
Desde su aparición, la prensa tiene más de una deuda con la literatura, tanto por los medios de transmisión de ideas escritas que este arte aporta desde tiempos inmemoriales, como por el lenguaje, el estilo y la forma con la que estas ideas se comparten. Explorando la vida y obra de los cronistas parlamentarios que exhibimos en los pasillos del Congreso (y que repasamos aquí en nuestra serie del blog Fuera de Agenda), somos testigos de cómo los “plumillas” han utilizado sus enfoques literarios únicos para, a través de sus publicaciones, emitir y compartir sus ideas con las sociedades de sus respectivas épocas, esperando generar agentes de cambio en su país y allá donde se encontrasen, y del poder y la influencia que estos han tenido en la forma de contar la historia parlamentaria a los ciudadanos.
Empezamos observando cómo José María Blanco-White analizaba con tono crítico las costumbres españolas y británicas mediante la narración, la descripción y el humor. Posteriormente, recordamos el impacto de Fermín Caballero en España como político polifacético, geógrafo y director de un periódico liberal que encabezó críticas contra el Gobierno y contra el régimen del general Espartero.
Hoy continuamos nuestra serie sobre los cronistas parlamentarios, enfocándonos en la figura de Mariano José de Larra, considerado uno de los máximos referentes del Romanticismo español, y conocido por una crítica mordaz al Parlamento y a la sociedad española, combinada con la sátira. Un joven con una trayectoria vital y artística agitada que encontró un final más temprano al quitarse la vida a los 27 años, desilusionado con la España en la que vivía.
¿Quién fue Larra?
Mariano José de Larra y Sánchez de Castro (Madrid, 1809-1837) nació un año después del inicio de la Guerra de la Independencia en un Madrid ocupado por Napoleón. Su padre era un médico afrancesado que le llevó a tener que exiliarse en 1813 por la retirada de las tropas francesas.
El escritor estudió en colegios franceses hasta que regresó a España cinco años más tarde, a los nueve años de edad. Durante aproximadamente una década residió en diferentes zonas de España distintas a Madrid. A su regreso, fundó El Duende satírico del día, un folleto en el que comenzó a publicar diferentes artículos críticos con la situación política y social de sus tiempos y del que solo se publicaron cinco números en 1828.
En los últimos años de la etapa absolutista, que terminó en el año 1833, Larra contrajo matrimonio (se casó con Pepita Wetoret en 1829) y tuvo un hijo (en 1830) y dos hijas (en 1833). A nivel literario, después de un paréntesis en el que abandonó los artículos para dedicarse a escribir poemillas anacreónticos, en 1832 el Duende se convirtió en Fígaro y renació en El Pobrecito Hablador, que dio continuidad a su primera producción y supuso su éxito definitivo.
En él mostró una visión esperpéntica de la España castiza frente al país en el que él creía, europeizado, ilustrado y progresista capaz de superar el patriotismo anquilosado en el pasado. Estas dos fueron sus principales contribuciones. En 1833 dejó de publicar El Pobrecito Hablador y pasó a colaborar con La Revista Española, con artículos de sátira política y en la sección de teatros, y con el semanario el Correo de las damas, que tenía un público exclusivamente femenino. En estos artículos continuó con sus críticas a la sociedad española.
En aquella época, también participó en “El Parnasillo”, una tertulia literaria que se reunía en el Café del Príncipe y que estaba integrada por los escritores más representativos del Romanticismo. Bajo los seudónimos de “El Bachiller Juan Pérez de Muguía”, “El Pobrecito Hablador”, “Andrés Niporesas” y “Fígaro”, sus críticas a la sociedad española de la época estuvieron motivadas por su deseo de reforma, de desenmascarar y desterrar los malos de su país para modernizarlo. Movido por el desasosiego ante la cruda realidad del país, su figura se convirtió en una firma prestigiosa que estaba comprometida con la transformación política desde el absolutismo al liberalismo, cuyo culmen llegaría, según sus escritos, cuando este pensamiento permease en las estructuras sociales de la época. Maximiliano Fernández, doctor en Literatura Española, apunta que “ningún vicio nacional, ninguna injusticia escapaba a su aguda observación”. Larra publicó en 1834 su novela histórica El doncel de Don Enrique el Doliente y, un año después, emprendió un viaje de autorreflexión por Europa, periodo que coincidió con la subida al poder de Juan Álvarez Mendizábal.
A su vuelta a España, ya encontrándose con el nuevo gobierno, Larra encontró una nueva casa como periodista en El Español, donde tuvo la oportunidad de seguir volcando sus sátiras y sus preocupaciones políticas en la prensa con aires renovados.
Se posicionó a favor del liberalismo moderado de Francisco Javier de Istúriz, quien reemplazó a Mendizábal en mayo de 1836. En junio de ese mismo año, Larra se presentó como diputado por Ávila y consiguió un escaño que no le duró más de seis meses, debido al Motín de La Granja. A su fracaso en la vida política se sumó el abandono de su amada Dolores, otro de varios duros golpes en su vida personal que sumieron al cronista en una profunda depresión, hasta que decidiera suicidarse en febrero de 1837. En este periodo antes de su muerte, publicaría dos de sus últimas obras y de las más destacadas, El Día de Difuntos y Nochebuena del 1836, en las que manifestaría sus reflexiones sobre su oscuro estado de ánimo en sus últimos momentos.
La obra de Larra
El Duende Satírico del Día
Cómo apuntábamos, a inicios de 1828, todavía con dieciocho años, Larra impulsó una revista satírica que constituyó su primer proyecto periodístico: El Duende Satírico del Día, siguiendo el modelo de la crítica social de la prensa inglesa y francesa del siglo XVIII.
Bajo el título “le publica de su parte Mariano José de Larra”, fue un cuadernillo en el que presentaba artículos de costumbres y de crítica literaria y teatral. Elaboró cinco números a lo largo de 1828: en enero, en marzo, en mayo, en septiembre y en diciembre.
En él “ya se entreveía el genio satírico que ha desplegado con posterioridad”, de acuerdo con las palabras de Rafael González Carvajal, un crítico contemporáneo de Larra, en La Revista Española el 27 de septiembre de 1834. A través de la sátira del Duende, “se percibe una amarga repulsa a la sociedad que le rodea”, según reseña José Escobar, hispanista especialista en el Romanticismo, que añade que las bases dieciochescas en que se asienta su cultura literaria “están en consonancia con la mentalidad liberal española a comienzos del XIX, originada en el rumbo señalado en las generaciones anteriores por los hombres de la Ilustración”.
Sin embargo, años más tarde, en “Manía de citas y de epígrafes” (en El Pobrecito Hablador del 6 de noviembre de 1832), Larra repudiará esta primera producción periodística y se referirá a Duende como “Duende Satírico de pícara recordación”, recordando que “de suerte que no había modo de entrar en sus cuadernos sino atropellando a una infinidad de varones respetables que le esperaban al pobre lector a la puerta”.
El primer artículo del primer número, titulado “El Duende y el librero”, sirve de introducción a la serie. En él, el librero anima al Duende “a que escriba, y a que escriba para el público” y le hace una pregunta que revela el tema principal de sus artículos: “Y ¿no ve usted los abusos, las ridiculeces; en una palabra, lo mucho que hay que criticar?”.
“Sí, señor, el Gobierno vigila sobre la sociedad; y la sociedad no cesa de conspirar a desbaratar los buenos fines del Gobierno; sí, señor, éste protegería tal vez a quien criticase los vicios y los abusos, porque estos siempre conspiran contra el Gobierno; castigaría también, es cierto; pero, Señor librero, ni el Gobierno podrá evitar que una paliza acabe con mi gana de criticar, ni a mí me importará nada que el Gobierno cuelgue al que me la haya pegado, a no ser que le cuelgue antes de pegármela. ¿Y qué necesidad tengo yo de matarme por los abusos de otros?”
“El Duende y el librero”, en El Duende Satírico del Día de enero de 1828
La polémica con el Correo Literario y Mercantil
Los dos últimos cuadernos de El Duende Satírico del Día se distancia de los tres primeros porque van dedicados a la polémica con el Correo Literario y Mercantil, un periódico dirigido por José María Carnerero fundado en julio de 1828 y cuyo único rival fue El Duende Satírico del Día.
En el cuarto cuaderno, el Duende hace una reseña de los veinte primeros números del Correo con el objetivo de cuestionar un periódico que representa el orden establecido y reprocharle que está escrito sin gracia, sin profundidad y sobre temas sin interés:
“Pero ¿qué tiene nuestro periódico? ¿Tiene algo por ventura?…, gritan los redactores de una parte a otra. Pues ése es su defecto, señores redactores, no tener nada”
(“Un periódico del día, o el «Correo literario y mercantil»”)
“¿No pudiera haber hablado El Correo, en lugar de sus fruslerías insípidas, de la educación literaria española, tan descuidada, en que no se observa generalmente ningún método, sino muchos errores, como son enseñar las lenguas muertas y extranjeras antes que la propia, no enseñar ésta nunca, lo que vemos muy a menudo”
Sin embargo, el Correo no se quedó de brazos cruzados ante los ataques de Larra y le dedicó una serie de artículos entre el 29 de septiembre y el 15 de octubre. “Lo que pide más que palmetas” es “el tonillo dogmático y presuntuoso”, denunciaba el número 35 del Correo, que definía a Larra como “aprendiz disfrazado de pedante”. El número 40 exclamaba: “¡Qué ingenio el de este mocito! ¡Qué bien pone la pluma el picarillo! ¡Viva el Quevedo de nuestros días!”. “Se conoce que [el Duende] es mozo aún y, por lo tanto, si se deja con tiempo de muchachadas, todavía puede que con algunos años de estudio y de experiencia de mundo llegue a estar en el caso de escribir para el público…”, proclamaba el número41 del Correo.
El Duende Satírico del Día desapareció a finales de 1828. Las teorías sobre las causas de dicho receso apuntan, principalmente, a las presiones de Carnerero para cerrarlo, aunque otras voces señalan que su clausura se debió a los problemas económicos. José Escobar considera que “la situación llegó a tal punto que era imposible que las autoridades de la época, tan celosas de la paz y el orden, permitieran a Larra continuar con aquel Duende, tan revoltoso e insolente”.
El Pobrecito Hablador, revista satírica de costumbres
Cuatro años más tarde, Larra lanzó en 1832 El Pobrecito Hablador como revista de costumbres. Este es un elemento que, ya de entrada, traza una diferenciación con el Duende, donde el costumbrismo no tenía una función predominante, sino que era un elemento más en la crítica, según José Escobar.
La contribución de Larra al costumbrismo queda plasmada en la misma portada del primer número con forma de subtítulo: “Revista satírica de costumbres, etc., etc.”. A diferencia de otros costumbristas, que rechazaban explícitamente la intención satírica, Larra pone en valor la responsabilidad literaria y moral de la sátira.
El escritor madrileño, que quiere escribir literatura útil con un espíritu reformista, ve en el costumbrismo un instrumento crítico para mostrar lo que él piensa de la sociedad desde su inconformismo e insatisfacción por el contexto político y social de España y no presentar una mera descripción colorista de la realidad. Larra hace de la sátira la herramienta para rebelarse y plasmar su desacuerdo y su voluntad de cambiar el sistema.
En el artículo de ese primer número, titulado «¿Quién es el público y dónde se encuentra?», critica a la sociedad por la que se siente abrumado:
“[El público] es intolerante al mismo tiempo que sufrido, y rutinero al mismo tiempo que novelero, aunque parezcan dos paradojas; que prefiere sin razón, y se decide sin motivo fundado; que se deja llevar de impresiones pasajeras; que ama con idolatría sin porqué, y aborrece de muerte sin causa; que es maligno y mal pensado, y se recrea con la mordacidad; que por lo regular siente en masa y reunido de una manera muy distinta que cada uno de sus individuos en particular”
A las páginas de El Pobrecito Hablador debemos uno de los artículos más célebres de Larra, “Vuelva usted mañana”, publicado en El Pobrecito Hablador de enero de 1833, centrado en la crítica a la burocracia y a los lentos trámites de la administración:
-Vuelva usted mañana -nos respondió la criada-, porque el señor no se ha levantado todavía.
-Vuelva usted mañana -nos dijo al siguiente día-, porque el amo acaba de salir.
-Vuelva usted mañana -nos respondió al otro-, porque el amo está durmiendo la siesta.
-Vuelva usted mañana -nos respondió el lunes siguiente-, porque hoy ha ido a los toros.
Con El Pobrecito Hablador, el género de la revista de costumbre, que se había popularizado y había llegado a su madurez en las Cartas Españolas con Estébanez Calderón y Mesonero Romanos, recibió un nuevo impulso.
Larra y su visión del periodismo
La libertad de prensa y la censura fueron cuestiones que influyeron a Larra durante toda su trayectoria y sobre las que se pronunció en sus artículos. En “El siglo en blanco”, aparecido en La Revista Española de 9 de marzo de 1834, apuntaba que no sabía “qué profeta ha dicho que el gran talento no consiste precisamente en saber lo que se ha de decir, sino en saber lo que se ha de callar”.
En “Lo que no se puede decir, no se debe decir” contaba que, para que no le prohibieran un artículo, empezaba por poner al frente de su artículo, para que le sirviera “de eterno recuerdo «Lo que no se puede decir, no se debe decir»”.
Larra recurrió a diversas estrategias para escapar el control sobre sus escritos y reflexiones. En “El café”, por ejemplo, ponía en boca del señor don Marcela unas palabras que bien podría decir él mismo: “Amo demasiado a mi patria para ver con indiferencia el estado de atraso en que se halla; aquí nunca haremos nada bueno… y de eso tiene la culpa… quien la tiene… Sí, señor… ¡Ah! ¡Si pudiera uno decir todo lo que siente! Pero no se puede hablar todo…, no porque sea malo, pero es tarde y más vale dejarlo…”. En “La vida de Madrid”,
Larra se presenta como periodista: “paso la mayor parte del tiempo, como todo escritor público, en escribir lo que no pienso y en hacer creer a los demás lo que no creo”. Unos años antes, en “El café”, reconocía que es “naturalmente curioso”, con un “deseo de saberlo todo” y que se mete en “rincones excusados por escuchar caprichos ajenos”.
Además, en sus escritos encontramos alusiones y reflexiones sobre el periodismo. Para el escritor madrileño, el periódico “es el gran archivo de los conocimientos humanos, y si hay algún medio en este siglo de ser ignorantes es no leer el periódico” (“Un periódico nuevo”, en La Revista Española, 26 de enero de 1835).
Por su parte, concebía la literatura como “la expresión del progreso de un pueblo; y la palabra, hablada o escrita, no es más que la representación de las ideas, es decir, de ese mismo progreso” (“Literatura”, en El Español del 18 de enero de 1836). ¿Y cómo llegó a ser periodista? Lo reveló en “Las circunstancias”, artículo aparecido en La Revista Española del 15 de diciembre de 1833: “El cielo es testigo que yo no había nacido para periodista, pero las circunstancias me pusieron la pluma en la mano”.
“Hice artículos contra aquel Gobierno, y como entonces era uno libre para pensar como el que estaba encima, recogí varias estocadas de unos cuantos aficionados, que se andaban haciendo motines por las calles”, reseñó. “Ésta fue la corona de laurel que dieron las circunstancias a mi carrera literaria”, concluyó.
Mariano José de Larra, por Turcios
El retrato que albergamos de Mariano José de Larra en nuestra galería de los cronistas parlamentarios en el Congreso de los Diputados bien refleja con una cierta precisión el sentido de la exaltación y el absurdo en la obra y el estilo satírico del propio periodista, mediante la exageración de sus dimensiones faciales y corporales, características del autor del retrato.
Los labios sobredimensionados de Larra en la imagen enfatizan su carácter romántico tanto en su enfoque artístico y periodístico como en su vida personal. Su apariencia de colores oscuros, en contraste con un fondo más vivo, podría ser una representación de su turbulenta vida.
Colombiano del 1968, Omar Figueroa “Turcios” colaboró en los principales diarios de su país (El Tiempo y El Espectador) antes de su llegada a España, en el año 1999. Desde aquí, mientras se convertía en uno de los grandes caricaturistas contemporáneos, estiró su trayectoria internacional con un rosario de premios que se reparten por todo el mundo: Colombia, Italia, Brasil, Cuba, España e Irán. Entre premio y premio también colabora en los diarios La Razón y El Economista y en varias revistas de distinto calado.
Pese a tan apretada biografía ha encontrado tiempo para exponer sus pinturas en distintas galerías y forjarse una leyenda que le acredita como un nombre insustituible en la galería de ilustres del humor gráfico actual.