La literatura se conforma como un valor capital en nuestra sociedad. Los libros nos enseñan, nos transportan a multitud de lugares y nos permiten comprender el mundo que nos rodea. Hoy queremos descubriros la biblioteca del Congreso de los Diputados y lo hacemos de la mano de Javier Plaza, jefe del servicio de Información de la Biblioteca de la Cámara Baja. ¿Nos acompañas?
Javier Plaza nos explica que los primeros datos de la biblioteca son de 1810, “en principio como biblioteca de Cortes y a lo largo del siglo 19 y del siglo 20 ha ido evolucionando de una forma muy similar a la del propio Parlamento” y su función esencial es “servir de apoyo para todos los trabajos parlamentarios del Congreso de los Diputados” por lo que sus obras están a disposición de los diputados, del personal de la Cámara y de investigadores.
Dos siglos de cultura rica en literatura
De esta forma, y a lo largo de estos casi dos siglos, se podrían distinguir cuatro períodos claramente definidos. El primero, entre 1811 y 1838, es el período de mayor impulso y esplendor de toda su historia y la etapa más documentada y la que proporcionó mayor riqueza literaria en cuanto a fondos.
Durante la segunda etapa, comprendida entre 1841 y 1936, la biblioteca recibe distintas denominaciones, según los cambios de la propia Cámara. Así, desde 1850, el Congreso de los Diputados dispone de su propia y definitiva sede en el actual Palacio y ya entonces se le destinan locales a la biblioteca. En esta época, concretamente entre 1857 y 1928, se publican diez catálogos generales o parciales, y comienza a aparecer información sobre los nuevos fondos ingresados en la Biblioteca en diferentes publicaciones de la Cámara.
A partir de 1943 y hasta 1977 la biblioteca experimentó un cierto grado de inactividad y ya a partir de 1977 comenzó un proceso de desarrollo similar al de otras bibliotecas de instituciones representativas. A partir de 1977 la biblioteca comenzó a despuntar gracias, entre otras razones, a la creación del Cuerpo de Archiveros Bibliotecarios de las Cortes Generales en 1978, el incremento lento pero ininterrumpido de los medios personales y materiales, la política de adquisición de fondos y, por último, el proceso de informatización.
Más de 300.000 volúmenes y 35.000 recursos electrónicos
La biblioteca se sitúa en la planta principal del Palacio y cuenta con más de 5.800 metros de estanterías. El salón de lectura fue construido por Manuel Sánchez Blanco, carpintero de maderas finas, entre 1853 y 1857. Su diseño se conserva actualmente con algunas modificaciones. Custodiando sus cuatro pisos, sobre el óvalo central, se sitúa una bóveda, pintada por José María de Gamoneda, Oficial del Congreso, en 1898.
Esta obra, realizada en óleo sobre lienzo, representa ‘El templo de las leyes’, una alegoría de los códigos legislativos españoles.
La biblioteca del Congreso alberga 300.00 volúmenes, con 35.000 recursos electrónicos, repartidos entre el fondo histórico y el fondo moderno, ambos de alto valor para comprender la historia política de nuestro país. El fondo histórico se compone de casi 25.000 obras anteriores al Siglo XX.
Entre ellas, destacan un Boecio de 1500; un Erasmo de Rotterdam de 1521; una edición del Fausto de Goethe de 1878; ocho incunables; dos códices del S. XV; y 300 libros raros.
Aunque el ejemplar más valioso con el que cuenta el fondo histórico de la biblioteca es el Libro de Horas. Se trata de un manuscrito iluminado que data del siglo XV, único en el mundo.
En cuanto al fondo moderno, está compuesto por más de 250.000 títulos, ingresados desde 1943. Son obras especializadas en derecho, política, historia o ciencias sociales.
¿Y cuáles son los libros más prestados?
Pues, entre otros, ‘Comentarios a la Constitución Española’ de Óscar Alzaga; ‘Derecho parlamentario español’ de Fernando Santaolalla; ‘Historia de la teoría política’ de George Sabine.
Cerramos este recorrido por la biblioteca del Congreso de los Diputados recordando cómo el acceso a la cultura es, por tanto, un elemento democratizador que nos hace más libres y críticos como ciudadanos porque, como nos recordó Javier Plaza en esta entrevista, “no existe una sociedad libre si no hay acceso total a la cultura”.