Las 28 letras de nuestro diccionario dan para mucho. Si se juntan de una determinada manera nos ayudan a mirar con más profundidad el mundo en el que vivimos o, si se le echa fantasía, incluso pueden crear un nuevo universo. Al usarlas con otro estilo, la unión de las letras también puede asentar las bases de un sistema político y social a través de una Constitución. Otros, por desgracia, se tienen que conformar con usar las letras para echar la vista atrás y ver las grandes piezas que la Literatura nos ha dejado en los cuarenta años de vigencia de nuestra Ley Fundamental.
En 1978, el año en el que se publicó la Constitución Española, el jurado del prestigioso premio Pulitzer premió a Carl Sagan por su obra Los dragones del Edén. En el origen del sistema político español actual, el famoso astrónomo y creador de la serie Cosmos narraba en su libro los primeros pasos de la Humanidad y su evolución intelectual y mental a lo largo de los siglos. Mientras que para conocer cómo funciona España una de las mejores opciones es adentrase en las entrañas de la Constitución; para conocer cómo funciona nuestro propio cerebro, el libro de Sagan es una guía que ayuda a recorrer nuestro intelecto, mitos y futuro.
Un año antes de que Sagan ganara el Pulitzer y mientras los ponentes de la Comisión Constitucional negociaban el contenido de la Constitución, Vicente Aleixandre recibió el premio Nobel de Literatura “por una creativa escritura poética que ilumina la condición del hombre en el cosmos y en la sociedad actual”. En los años de la Legislatura Constituyente, donde España se estaba reinventando a sí misma, el jurado de los Nobel reconoció a Aleixandre por representar en el campo de la literatura “la gran renovación de las tradiciones de la poesía española entre guerras”.
Uno de los senadores más conocidos de esta legislatura fue el escritor gallego Camilo José Cela, elegido por designación real junto a otros 40 senadores. La pluma de Cela dio vida a grandes obras de la literatura española como La familia de Pascual Duarte o La Colmena, clásicos por el crudo retrato del país que hicieron. Cela, al igual que Aleixandre, ganó el premio Nobel de Literatura en 1989 “por una prosa rica e intensa que con una compasión moderada forma una visión retadora de la vulnerabilidad del hombre”.
Cela no ha sido el único miembro de las Cortes Generales que se ha dedicado al mundo de las letras, por ejemplo en la misma Legislatura Constituyente, el grupo parlamentario del Partido Comunista contaba entre sus filas con Rafael Alberti. Además del autor de Marinero en tierra, otros diputados usaron la pluma tanto para las leyes como la literatura, como es el caso de José Antonio Labordeta (Chunta Aragonesista legislatura VII y VIII) o los actuales Marta Rivera de la Cruz (Ciudadanos), Sofía Castañón (Podemos) y Miguel Anxo Fernán-Vello (En Marea).
Al igual que en la mayor parte de su obra estos diputados/escritores no se han dedicado a tratar temas políticos, muchos autores que no han tenido una relación directa con la política han usado sus líneas para describir momentos y etapas históricas de nuestra política. Quizá la narración que más ha unido literatura y política institucional en nuestra literatura es Anatomía de un instante donde Javier Cercas repasa los angustiosos momentos del golpe de estado de Tejero en 1981. El instante que disecciona el autor, y que a la vez sirve de portada del libro, es ese en el que los golpistas crean el caos al abrir fuego dentro del Hemiciclo mientras que, aparentemente impasibles, el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez; el líder del PCE, Santiago Carillo; y el general Gutiérrez Mellado permanecen en sus escaños.
Durante las horas de angustia del golpe, muchos españoles permanecieron pegados a la televisión, aguantando la respiración por una democracia que podría irse muy poco después de nacer. Unos de los ojos que miraban con angustia la televisión podrían haber sido los de Catalina, la protagonista de Daniela Astor y la caja negra, novela de Marta Sanz. La escritora madrileña ambienta la historia de Catalina en 1978, año de la Transición política y de muchas otras transiciones, por ejemplo, el cambio de idea de cómo debe ser una mujer. Eran tiempos en los que una niña como Catalina podría estar muy confusa porque el destape de la televisión y las mujeres despampanantes como Susana Estrada, Bárbara Rey o Marisol no tenían mucho que ver con el aspectos y problemas de su madre y otras mujeres que la rodean.
La Transición también fue el escenario en el que Belén Gopegui utilizó para narrar en Lo real la historia de Edmundo Gómez, una persona que confunde el ansia de libertad y de avanzar en lo personal y lo colectivo que reinaba en la época con un ansia por medrar en lo profesional a toda costa.
La literatura española además de narrar la historia de los años en los que nació la Constitución, también ha abordado otras épocas que han marcado el devenir del país. Por ejemplo, muchos autores han puesto su mirada en un acontecimiento tan cruel y con tantas aristas como la Guerra Civil, época en la que se ambientan Los girasoles ciegos de Alberto Méndez, La voz dormida de Dulce Chacón y Las tres bodas de Manolita de Almudena Grandes. También han analizado la corrupción en una novela magistral como Crematorio de Rafael Chirbes o la más reciente Salvaje Oeste de Juan Tallón. En los últimos años el libro español más vendido y comentado ha sido Patria, una novela en la que Fernando Aramburu intenta trasladar a los lectores el clima de opresión porosa que ETA llevó a todos los niveles de la sociedad durante los años que estuvo en activo y las cicatrices que ha dejado en el País Vasco después de su disolución.
Han sido cuarenta años de literatura con obras y autores magníficos que no se pueden dejar, al menos, sin mencionar. La prosa y poesía de Vázquez Montalbán, los libros de los que con tanto ahínco deseaba hablar Francisco Umbral, el cuidado de las letras que Ana María Matute hizo desde su sillón K de la RAE, la forma de entrelazar ficción y periodismo de Rosa Montero o las grandes aportaciones de escritores latinoamericanos como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa e Isabel Allende.
La literatura, ese espacio común a la vez que íntimo y uno de los pocos en el que permanecer cuarenta años parece poco.
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