El mismo día que la Comisión Constitucional del Senado daba por finalizado sus trabajos para la futura Constitución y la trasladaba al Pleno, llegaba a los cines de España La escopeta nacional (1978), la primera de la futura ‘trilogía nacional’ de García Berlanga, con José Sazatornil ‘Saza’, Antonio Ferrandis o José Luis López Vázquez.
Con guion de Rafael Azcona, La escopeta es un perfecto ejemplo del nuevo cine español en la Transición. El éxito comercial de la película, bien acogida por el público, no impide que se trate de una historia que retrata de forma ácida y crítica la sociedad de la nueva España que se adapta a la nueva realidad sociopolítica.
Un año antes, un joven José Luis Garci, plasmaba los anhelos de la sociedad de la época en Asignatura pendiente (1977), en la que José Sacristán interpreta a un comprometido abogado laboralista en las postrimerías del franquismo. Su historia trata el tema del adulterio desde una óptica nueva, ajena a la moral que había imperado hasta entonces. Más política era la obra estrenada por Juan Antonio Bardem, Siete días de enero (1978), en la que reconstruye el atentado contra un despacho de abogados de la calle Atocha en enero de 1977. En la misma línea, Eloy de la Iglesia cuenta en El diputado (1978) el chantaje que recibe un líder político de izquierdas al descubrirse su homosexualidad. Una película en la que vuelve a ser protagonista José Sacristán, uno de los rostros del cine de la Transición.
Películas más ligeras tanto en tono como en forma fueron ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? (1978) de un Fernando Colomo que venía de estrenar un año antes Tigres de Papel (1977), considerada la precursora de la “comedia madrileña”. La pareja Fernando Esteso y Andrés Pajares iniciarían en Los Bingueros (1979) de Mariano Ozores una prolífica colaboración a tres partes que será una de las imágenes más representativas del cine de la época y se extenderá hasta el año 83. Ozores representará el cine más castizo de la Transición, procedente del landismo.
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Un género recuperado en los primeros años de democracia fue el documental. Imanol Uribe con El proceso de Burgos (1978) o Basilio Martín Patino con Canciones para después de una guerra (1971), son los principales exponentes de un tipo de cine que vuelve a poner el foco en el terreno de la política.
Posiblemente, la gran película de los últimos años setenta sea El Crimen de Cuenca (1979), de Pilar Miró, que tuvo que superar las dificultades de la censura a pesar de que se suprimiese en 1977. La película narra el procesamiento de dos jóvenes acusados en 1913 de un crimen falso y que confiesan tras ser sometidos a torturas. La lectura de la película hace que trasciendan los límites temporales y sea entendida como una crítica a la represión en las cárceles durante el franquismo genera controversia en las altas instancias.
La década la cerraba el surgimiento en el panorama cinematográfico de un joven Fernando Trueba. Su Ópera Prima (1980), interpretada por Oscar Ladoire y producida por Fernando Colomo, inicia una carrera que culminaría con el premio Oscar en 1993 por Belle Epoque (1992).
El mismo año, un joven director conseguía por fin estrenar la historia que había escrito cuatro años antes mientras trabajaba como administrativo. Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) no solo es el estreno en la gran pantalla de Pedro Almodóvar, sino la película que anticipa un nuevo tipo de cine en España con un marcado sello autoral. Un fiel reflejo de la sociedad de la época y de la Movida Madrileña.
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Los primeros años de la década de los 80 son también los de la consagración de José Luis Garci. Con su thriller El crack (1981), con la magistral interpretación de Alfredo Landa. En 1982 firmaría Volver a empezar, primer premio Oscar para el cine español. Un drama que narra el regreso a Gijón de un laureado escritor encarnado por Antoni Ferrandis que, en palabras del propio Garci, supone un homenaje a la “generación interrumpida” a causa de la guerra en España. Sus siguientes películas Sesión continua (1984) y Asignatura aprobada (1987) recibieron también la nominación al Oscar a mejor película de habla no inglesa.
Si a finales de los años 70 el objetivo del cine español era acercarse al denominado estilo europeo y recortar las distancias técnicas entre las industrias de los países vecinos, en los primeros años de la década de los 80 se puede asegurar que la cinematografía española se asentó internacionalmente. Al Oscar de Volver a empezar hay que sumar los galardones a La Colmena (1982), y Fernando Fernán Gómez en Berlín, a Los santos inocentes (1982), en Cannes o a Carmen (1983) en los BAFTA.
En Cannes también tendrá éxito El Sur (1983), el regreso de Víctor Erice tras diez años de silencio desde El espíritu de la colmena (1973). Una década después, su Sol del membrillo (1992), volverá a triunfar en Francia, consagrándose así como uno de los directores más internacionales del panorama español.
En las regiones periféricas se va desarrollando un cine con una identidad propia, reflejando la mirada de una cultura y la forma de vivir de comunidades destacando sus particularidades. Mientras Gonzalo García Pelayo enseñaba a Vivir en Sevilla (1978), Imanol Uribe contaba La muerte de Mikel (1982) tras La fuga de Segovia (1981).En Cataluña, Bigas Luna, José Luis Guerin o Paco Bertiu marcarán el camino para futuros realizadores que desarrollarán un cine propio.
Un subgénero característico de la época por la realidad que reflejaba y el contenido social de sus películas era el denominado cine “quinqui”, sobre la juventud y su relación con las drogas y la pobreza. Eloy de la Iglesia con El pico (1983), El pico II (1984) o La estanquera de Vallecas (1987), es el principal representante de esta corriente.
A finales de los ochenta, con el cambio de dirección en el Instituto de Cinematografía, se crean los Premios Goya, al estilo de los Oscar, los César o los Bafta. En 1987 se produce la primera edición en el Teatro Lope de Vega en la que obtendrá un triunfo incontestable Fernando Fernán Gómez con su Viaje a ninguna parte (1986), obteniendo la estatuilla a mejor película, mejor dirección y mejor actuación por Mambrú se fue a la guerra (1986).
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Esta primera década del cine español en democracia se cierra con Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988). La película de Pedro Almodóvar ejemplifica la evolución experimentada por la cinematografía nacional en estos años: candidata al Oscar, alabada por la crítica internacional y representante de una nueva forma de entender el cine, Mujeres se convertirá en la cinta de referencia del director manchego, siendo el máximo exponente de su particular estética y de una manera muy personal de ver el mundo.
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